Sora, ver para creer

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Transformar el texto en video es una revolución en la forma en que creamos y consumimos contenido digital. Eso es lo que promete Sora, la nueva herramienta de OpenAI que invita a soñar despiertos con posibilidades inimaginables al alcance de una frase. Sin embargo, ese asombro no puede cegarnos ante una de interrogantes que exigen una mirada crítica.

De acuerdo a Sam Altman, Sora puede generar videos de alta calidad a partir de instrucciones textuales simples: un prompt de texto da vida a un video corto de dos perros haciendo un podcast en plena montaña , escenas futuristas que cobran vida, y otras cotidianas, como un gato molestando a su dueña por comida. No hay dudas de que la capacidad de la herramienta es asombrosa.

Sin embargo, como todo producto de primera generación, Sora aún tiene problemas a simple vista: no puede comprender completamente la física de una escena dada, o la genera con detalles espaciales incorrectos. Sí, son detalles técnicos, pero revelan una brecha aún más profunda con la distancia entre la narrativa de las promesas de la Inteligencia Artificial y su aplicación práctica. No son meras curiosidades ni un error en la matrix, sino un recordatorio de que las aplicaciones prácticas basadas en modelos de lenguaje de gran tamaño aún están lejos de comprender el mundo con la complejidad y profundidad que la inteligencia humana tiene de base.

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Como siempre, las dudas arrancan ante la reticencia de OpenAI a revelar con qué datos fue entrenada Sora y las metodologías que sustentan sus capacidades. ¿Es posible confiar a ojos cerrados en una herramienta de este tipo, especialmente cuando tiene el potencial de influir en sectores tan sensibles como el entretenimiento, la educación e incluso la política? Si bien la compañía pondrá primero a Sora en manos de "equipos rojos" para que éstos evalúen sus riesgos y apoyen la creación de salvaguardas para detectar contenido engañoso, parece insuficiente ante la magnitud del desafío que representan las poderosas creaciones hiperrealistas de Sora.

Porque, de buenas a primeras, Sora es tan fascinante como aterradora. La facilidad con la que permite generar contenido hiperrealista abre una vez más las puertas al cruce de la tecnología y la desinformación: videos falsos que erosionan la confianza en las instituciones, sean capaces de manipular las emociones de su audiencia o que lisa y llanamente inciten a la violencia van en camino a estar a una frase de distancia. La capacidad de Sora para crear realidades ficticias a partir de simples palabras es un arma de doble filo, y las medidas de base propuestas por OpenAI parecen insuficientes para contener su potencial destructivo.

La llegada de Sora nos coloca en una encrucijada que OpenAI viene repitiendo desde el debut masivo de ChatGPT; por un lado, fascinarse ante el potencial de una herramienta que promete revolucionar la forma en que creamos y consumimos contenido. Por otro, la sombra de los actores peligrosos que seguramente ya piensan cómo sacarle partido al nuevo truco de las herramientas de Inteligencia Artificial.

Sin duda, la pelota está ahora del lado de OpenAI, los demás actores de la industria — como Google y Microsoft, entre otros -, las plataformas de redes sociales, los gobiernos y la sociedad en su conjunto para desarrollar soluciones proactivas que minimicen los riesgos que vienen con el poder de una herramienta como Sora. La creación de sistemas de detección y etiquetado de contenido generado artificialmente a simple vista, la educación del público para lograr discernir entre lo real y lo artificial, y la promoción de una cultura de pensamiento crítico son pasos fundamentales en este camino. Mientras tanto, el cielo es el límite y solo nos queda preparar las frases que usaremos para construir un futuro mejor — en video.